La lectura es algo que me ha acompañado toda la vida. Puede sonar a cliché,
pero desde que, a los cinco años, leí mi primer cuento, hubo algo, un magnetismo,
que me enganchó. Harry Potter con siete años fue la novela que cerró el trato:
era oficialmente una lectura acérrima. Han pasado veintiún años desde entonces
y he cambiado mucho como lectora, pero hay cosas que se quedan contigo siempre.
Una de ella es esa sensación de expectación al entrar en un nuevo mundo por
descubrir. Suena aún más tópico, lo sé, pero una de las cosas que me fascina de
la ciencia ficción (y, a veces, de la fantasía) es la idea de abrir las páginas
y encontrarme un mundo totalmente diferente al mío. Con siete años fue
Hogwarts. Con veintiocho, son muchísimos lugares diferentes. Uno de ellos ha
sido este Duniya, creado por Rodolfo Martínez para su tetralogía, El hueco al
final del mundo.
La simiente de la esquirla es, como he dicho, una primera parte de una
historia cortada en cuatro. En esta conocemos a Kláiner, un joven que se dedica
a patrullar su ciudad matando los verjóngers, unos monstruos que aparecen por
portales y matan a inocentes de su ciudad. Pero todo cambia el día que, al ir a
matar a uno de estos, se encuentra con una chica que proviene de otra parte de
mundo.
Lo primero destacable, y quizá es lo que más llama la atención, es la
ambientación. El proceso de creación de este mundo ha sido extenso y se nota:
hay diferentes idiomas, diferentes ciudades, diferentes tecnologías, todo en
una amalgama de culturas que vamos viendo poco a poco. Porque el autor tiene
claro que la ambientación debe ser un iceberg y que todo lo que vamos
descubriendo con pequeñas pastillas forma parte de algo mucho mayor que no
vemos, aunque exista. Como lectores, nos sumergimos en un mundo desconocido que
vamos descubriendo a medida que avanza la historia.
Porque al final, el mundo es solo un personaje más que contribuye a la
historia. Y aunque el autor peca, en alguna ocasión contada, de meter infodump,
en general el ritmo está tan bien llevado que no molesta. Es una historia
trepidante, de esas que dejan respirar lo justo para que cojas aire y continúes
leyendo. Si os gustan los libros emocionantes, en los que te metes fácilmente y
ya no sales, este es vuestro libro.
Otro elemento interesante del libro son los personajes. Algunos son más tópicos,
otros son más complejos. Kláiner, por ejemplo, se nos presenta como el típico
joven vengativo y frío, pero poco a poco vamos viendo cómo evoluciona. Sin
embargo, quiero destacar sobre todo a Cegé, la inteligencia artificial que
ayuda a Kláiner. Me gusta como Rodolfo Martínez ha conseguido hacer una IA que
parezca humana y, a la vez, artificial. Pero por otro lado, a veces me daba la sensación
de que, al tener capacidades casi ilimitadas, el juego del autor con el lector
se pierde un poco.
La novela trata temas muy interesantes durante el proceso. La humanidad (o
no humanidad) de las IA, la manera que tiene de manipular la religión, el
status quo y lo que hacemos para mantenerlo, la sexualidad, la forma que
tenemos de ver al otro… todo esto son elementos que añaden a la trama, que la
hacen más compleja, pero que no estorban a la lectura. De hecho, todos los
pequeños peros que he ido comentando en la reseña no molestan; el libro
consigue lo que el autor busca: que enganche. Que el lector no pueda dejar de
leer. Encontrar este equilibrio entre ambientación y trama es complicado, pero
Rodolfo Martínez lo consigue.
En conclusión, si os gusta la ciencia ficción, si os gustan los libros
emocionantes y de lectura rápida, si os gustan las IAs, los mundos por
descubrir… si os interesa todo esto, os animo a que os adentréis en El hueco al
final del mundo.
Otras informaciones:
Llevo leída la mitad en apenas un par de días y doy fe de todo lo que dices. No sé lee, se devora.
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