Una de las cosas que más me gusta de trabajar en una librería es la
posibilidad de conocer y aprender más de algunos géneros literarios que no
conocía. Del que más he aprendido, creo yo, es de literatura infantil. Y aunque
es verdad que aún no soy una consumidora habitual, una cosa que me fascina son
los álbumes ilustrados. El equilibrio entre el texto y la ilustración es más
complicado de encontrar de lo que pueda parecer, sea el álbum para niños o para
adultos. Es por eso que me encanta saber que editoriales como Roca editorial se
arriesgan a traer a España rarezas tan maravillosas como Historias del bucle de
Simon Stålenhag. Y más ahora que están produciendo una serie basada en dicha obra.
Historias del bucle nos traslada a una Suecia ucrónica de los años 80, en
la que la introducción de un acelerador de partículas subterráneo en una isla
del país nórdico ha cambiado el paisaje y la vida de sus habitantes. Cosas
raras empiezan a suceder alrededor de
esta mega construcción, el más potente del mundo, que todo el mundo
llama El bucle y que se construyó en 1969.
Stålenhag juega con la realidad y la fantasía y las entremezcla hasta que
es complicado discernir la realidad de lo que no forma parte de ella. Esto lo
hace a dos niveles. Por un lado, al nivel más narrativo, ya que las historias
que se cuentan en el libro están plagadas de rumores, cuentos y otras
narrativas que juegan con lo subjetivo. Nunca se nos dice qué pasó realmente y
qué es fruto de la imaginación colectiva. El otro nivel, aún más interesante,
es el del propio formato del libro. Simon Stålenhag aprovecha el álbum
ilustrado para mostrarlo como si fuera un recogido de memorias reales, cuyas
fotos (en este caso, las magníficas ilustraciones del autor) le dan aún más
credibilidad.
El mundo imaginario que crea Stålenhag es fantástico. La mezcla de los años
ochenta con la ciencia ficción actual, los paisajes naturales, plagados de
nieve, bosques, explanadas de tundra, mezcladas con la maquinara que se crea
alrededor del bucle… Los toques fantásticos están puestos a contagotas, de
forma que nunca se acaba de desprender de esta sensación de realismo mágico. Pero
esa fantasía en sí no tiene límites imaginarios: robots, plantas extrañas, dinosaurios,
viajes a otras dimensiones, etc. El hecho de que muchas de las historias que se
cuentan sean cortas, de una página o dos, le da esa sensación de memorias, de
fragmentos de recuerdos, que le ayudan mucho a dar ambientación al libro.
Las imágenes, por supuesto, son uno de los puntos fuertes de este libro.
Por un lado, el estilo realista de los paisajes y la maquinaria ayuda mucho a
que sea creíble, a jugar con esta doble realidad. Por otro, el trazo del
pincel, los colores, el juego de luces… Stålenhag es un experto ilustrador y ha
encontrado la manera perfecta de juntar sus dibujos con texto.
En conclusión, este libro es una obra de arte. Muchos álbumes ilustrados lo
son, pero en concreto la potencia que tienen los dibujos de Simon Stålenhag y
la historia que mezcla ciencia, fantasía y nostalgia ochentera hacen que este
libro sea uno de esos a tener en la estantería. O, si se pudiera, colgado en la
pared como la obra de arte que promete ser.
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