Hace aproximadamente un año (y un poco más), escribí la reseña de la primera
entrega de esta tetralogía escrita por Rodolfo Martínez. La simiente de la esquirla fue un libro que me sumergió en sus
páginas y recuerdo que lo devoré en unos pocos días. Por eso, cuando Rodolfo me
dio la oportunidad de leer y comentar la segunda parte, ni me lo pensé. El hueco al final del mundo es una saga
compleja, elaborada y muy bien construida y El
verde entre las sombras, su segundo libro, es una muestra de esto.
Igual que pasaba con la primera entrega de la saga, Martínez ha dividido El verde entre las sombras en dos partes
claramente diferenciadas, en las que seguimos a los dos protagonistas. Por un
lado, Kláiner ha abandonado la ciudad que lo vio nacer y ahora se enfrenta a la
amplitud de un mundo muy diferente al suyo. Por otro, Ibyra tiene que huir de
su hogar, consecuencia de los eventos sucedidos al final del primer libro. En
su refugio, Ibyra tendrá tiempo para aprender sobre los secretos que guardan
sus acompañantes y también sobre sí misma y lo que se esconde en su interior.
Como ya comenté en la anterior reseña, los protagonistas de esta saga están
muy bien delimitados. Martínez aprovecha que ambos amplían la visión de su
mundo, antes concentrada casi exclusivamente en su hogar, para mostrar también
personajes diversos. Ibyra tendrá la oportunidad de conocer a una mujer de Tamashi,
otra región de Duniya. En el viaje de Kláiner por el mapa, irá conociendo distintas
personas, con diferentes visiones del mundo. El abanico se abre y Martínez lo
abre aún más añadiendo algunas escenas en zonas donde, hasta entonces, el
lector apenas se había podido adentrar.
Esto me lleva al siguiente punto: la ambientación.
Duniya y la importancia del mapa
Antes de escribir esta reseña, he querido releer de nuevo los artículos que
publicó Rodolfo Martínez sobre la construcción de Duniya. No solo es
interesante (siempre lo es) ver el “cómo se hizo”, sino que, además, Martínez
disecciona de forma exquisita su proceso. Tal y como ya os conté en la primera
reseña, el mundo de Duniya está constantemente presente en la novela, casi como
un personaje más. Esto sigue sucediendo en El
verde entre sombras, dónde podemos conocer más puntos de ese mapa que, al
principio de La simiente de la esquirla,
parecía amplio e inabarcable.
La diversidad es uno de los puntos fuertes de esta ambientación y es
evidente que el autor ha puesto especial mimo con ella. Los personajes se ven
diferentes, hablan diferente en muchos casos y están configurados según la zona
en la que han crecido. Eso lleva al lector a un sentido de la maravilla
exquisito, en el que cada ciudad, cada zona, es una pieza más que desentrañar
del mapa.
Mapa de Duniya. Fuente. |
Y es un placer hacerlo. Me he encontrado, en más de una ocasión, volviendo al mapa para recordar dónde estaba cada cosa. No por necesidad, al contrario, Martínez guía muy bien al lector, sino por curiosidad: quería conocer más sobre el mundo que me estaban mostrando. Al igual que en La simiente de la esquirla, Martínez deja que los personajes hablen por él, por lo que esta ambientación se nos va desgranando a pequeños bocados.
El autor aprovecha el viaje de los personajes para hacer esto y, de esta
forma, vamos conociendo el mapa y las
gentes que viven en él. Aunque habría preferido que la trama fuera algo más
compleja, a nivel de sucesos, la ambientación, los personajes y su crecimiento
(sobre todo el de Kláiner) compensa con creces.
Una novela de transición
Martínez ha comentado, en alguno de sus artículos que esta novela es como su gran Señor de los Anillos. Puedo entender por qué: la estructura es similar (la división entre dos tramas paralelas y dos partes por libro me recuerda un poco a la que hizo Tolkien), es una historia en un mundo vivo y fantástico (en el más amplio sentido de la palabra) y son esos personajes, gente cotidiana, los que viven la historia. Me gusta esa influencia, no solo porque la use en una novela de ciencia ficción, sino también porque, pese a esos detalles, es una historia fresca, que se siente nueva. También tiene otros elementos que me han llamado la atención (por ejemplo, en algunos momentos me acordaba de Fullmetal Alchemist).
Sin embargo, en algunas partes (sobre todo en los capítulos de Kláiner), la trama me ha parecido algo sencilla. Si tuviera que ponerle un "pero" a la novela, sería este: la estructura
plana de la historia. La trama de Kláiner es algo repetitiva (de hecho, hasta
un personaje bromea sobre el tema) y muy lineal: sabes que los personajes
tienen que ir de un punto A a un punto B. Y aunque, como lectora, disfruté mucho de los paisajes que ofrecía ese viaje, el trayecto en sí me pareció algo típico.
Pese a ese “pero”, creo que la evolución de su personaje está muy bien
hecha. Me gusta cuando éstos crecen no solo por las experiencias que viven,
sino también por todos aquellos que aportan su granito de arena al cambio. Me
gusta ver a personajes delineados por las palabras o acciones de otros y
Kláiner es un claro ejemplo de esto. Este crecimiento también se puede aplicar
a Ibyra y hasta se podría aplicar a los personajes que rodean a ambos, pero
creo que Kláiner es, en este sentido, la estrella que más brilla en El verde entre las sombras.
En conclusión, y ya acabando esta reseña, El verde entre las sombras es una novela de transición, pero eso no
implica que caiga en la maldición de las segundas novelas. Al contrario,
Martínez sabe aprovechar esa metamorfosis para ampliar el mundo y los
personajes que viven en él. Tanto si os gusta la ciencia ficción como si os
gusta la fantasía (la novela entra dentro de la primera categoría, pero para mí
bebe un poco de ambas), El hueco al final
del mundo es una saga en la que recomiendo fervientemente que os adentréis.